¿Cómo debo sentarme en el trabajo? ¿Cuál es la almohada perfecta? ¿Es malo tumbarse en el sofá? Es que no me agacho bien, tengo muy malas posturas, yo duermo muy encogido…
Estás preguntas y afirmaciones son las que los pacientes se hacen a diario echándoles la culpa de sus dolencias de espalda y de cuello.
Queremos mantener posiciones fijas, tener buenas posturas, agacharnos con la espalada recta e incluso les decimos a nuestros hijos como deben sentarse o caminar.
Voy a aclarar un error generalizado basándome en el funcionamiento de nuestro sistema musculo-esquelético.
El cuerpo está pensado para estar en continuo movimiento y nunca está en una posición determinada.
Es cierto que somos capaces de mantener posturas durante mucho tiempo, como la que adopta un soldado en un desfile, pero si lo observamos de cerca, su cuerpo se mueve.
Si adoptamos la posición del soldado, es decir, erguido con los pies juntos y los brazos pegados al cuerpo, nos daremos cuenta, cerrando los ojos, que nuestro cuerpo empieza a oscilar sin llegar nunca a caernos.
Esto es así y no lo podemos evitar por muy rectos que queramos ponernos.
Los músculos nunca trabajan a la vez y se van turnando haciendo continuamente pequeños ajustes contra la fuerza de la gravedad.
Al no trabajar todos a la vez, tardan muchísimo tiempo en estar cansados y siempre están listos para movernos cuando lo necesitemos.
Con esto quiero decir que el cuerpo está diseñado para el movimiento y que cualquier postura es buena siempre que la vayamos cambiando.
No existe una postura ideal. La postura perfecta será aquella en la que estemos cómodos y que podamos cambiar sin esfuerzo de forma natural, siempre que nuestro cuerpo nos lo pida.